Con ojos vendados se experimentaron sabores, texturas, olores y sonidos. Se indujo a la imaginación de un recuerdo traumático de infancia.
Fue ayer cuando estábamos desvalijando la casa cuando el olor a naftalina de la ropa me hizo recordarlo todo, de alguna forma creo que entendí por qué nos estamos mudando.
Yo estaba sentado afuera, en nuestra casa de campo. Teníamos un gato blanco, me había olvidado de él, fue raro cuando se encrespó de repente. Mis hermanas estaban lejos pero podía verlas, quizás una desapareció, o las dos, no lo sé. Mi impulso fue correr a buscarlas y caí de cabeza al pasto. Este hombre me levantó del brazo, el que habíamos conocido el día anterior, y otra vez la sensación de seguridad e incertidumbre a la vez. Me acompañó a ese túnel donde corría el agua, en realidad me llevó él, casi colgando y su saco de lana golpeaba contra mi cara y la naftalina...
Abajo era oscuro y ellas me decían algo que no entendía, sospecho que sabían más que yo, quizás no fue este hombre quien me pasó la caja de fósforos, no sé, igual cayeron al agua.
Caminé unos pasos con las manos al frente tratando de encontrarme algo, ese día habíamos robado los chocolates a la abuela y habíamos tomado café riéndonos bajito, sentí un poco de culpa en ese momento.
Nos quedamos los tres juntos, sin querer, como protegiéndonos de algo o de alguien, tratando de adivinar qué seguía. Fue cuando entendí que debía sentir miedo.
-A la cuenta de tres- susurró mi hermana, pero yo no sabía qué. La otra murmuraba otra cosa.
-Uno, dos...
Claro, yo me había llevado sus zapatos de cuero, eran gigantes, nos reíamos como locos días después cuando me los ponía, pero no nos acordábamos por qué.
-Tres- dijo.
Tres cajas embaladas.
-Tres faltan- dijo -¿qué hacés ahí parado? ¿Me pasás esa ropa que está ahí?
Tres golpes de hierro, uno cada uno... ¿o fueron puntazos?...
No, no fueron tres, fueron muchos... y nos reíamos como cuando robábamos el café de la abuela.
Gary Vazquez
No habían tocado las campanas todavía cuando el estéreo de mi hermano estalló en sonidos tecno. Parecían haber olvidado mi cumpleaños, porque ni bien se fueron mis dos amiguitas, cada uno se fue a su cuarto y mi hermano hizo estallar el estéreo. Yo quedé en el living, masticando la torta de canela (algo gomosa en ese ocasión) y revisando los regalos.
Sabía que el abuelo andaba mal, olvidaba a veces mi nombre o se acostaba a la mañana creyendo que era de noche. Pero no imaginé que su estado podía permitirle llegar a hacer eso.
Mejor empezar por el principio:
Fernando estalló con sonidos tecno el grabador de su cuarto al punto que cada esquirla de sonido se metió en todos los rincones de la casa. Una esquirla llegó hasta mi abuelo (creo que él estaba en el patio) y, como si fuese un imán, lo fue llevando hacia el origen de la misma. Sus piernas flaquitas subieron la escalera empinada con una sorprendente agilidad. Recuerdo muy bien mi asombro y hasta puedo imaginar el gesto con el que lo miré. Desde ese momento comenzó una cadena de episodios de similares características: el abuelo pegando una patada a la puerta del cuarto de mi hermano; las esquirlas de sonido saliendo disparadas de la habitación; las manos del abuelo con movimientos karatecas, sus ojos desorbitados, los gritos de mi hermano, las corridas hasta el cuarto -todo más rápido que en un vide clip tecno-, las manos de mi abuelo, los dedos, cada nudillo accionando sus mecanismos y, de repente, como en esas horribles pesadillas donde nada puede explicarse, la batidora eléctrica prendida, con sus paletas girando alrededor, sobre y dentro del pelo de Fernando, del de mi hermana y del mío, tironeando cada capilar como si fuese único y uniéndolos en una masa filamentosa y enredada parecida a un Critter. Mis hermanos y yo éramos un Critter en esa tarde después de mi cumpleaños, unidos como nunca, de los pelos y de los gritos (todavía podemos ver cómo los gritos formaron otra masa, una masa picuda y verde flúo) a los gritos y a los pelos, componiendo una postal colorida, casi pop, que hasta hoy preferimos olvidar.
Caro Rack
CONSIGNA: El personaje desarrollado es ahora adulto y asumido el recuerdo traumático comete su primer crimen. Tercera persona.
Recién llegaba a la ciudad y por alguna razón las inseguridades de vivir en ese pequeño departamento y el volver a estar solo eran en realidad un estímulo, una necesidad de reencuentro consigo mismo.
Le intrigaba el edificio en sí mismo. Sentía esa sed de conocimiento o encuentro, como quien busca un compañero de viaje o un amor o simplemente un sandwitch de milanesa en el brake de las dos de la tarde.
Las primeras semanas sintió mucha ansiedad, instinto de hermana le hizo una llamada rápida un mediodía para saber cómo estaba.
-Bien- dijo él- mejor que nunca.
-Fijate si no te quedó mi saquito blanco de invierno en una de tus cajas- advirtió ella, y él recordó la naftalina con una sonrisa.
Bajó a comprar chocolates y el fluorescente del ascensor se apagó entre el piso tres y dos. Saludó al encargado y quedaron en que más tarde revisaría el tema de los caños sueltos en el pasillo, por alguna razón se golpeaban de noche.
Cuando volvió masticando esa alegría dulce notó que el encargado entraba al ascensor y corrió para alcanzarlo. Tenía una macetita con pasto sembrado, lo cual llamó profundamente su atención. Casualmente su vecina tenía un conejo que era alimentado a base de gramilla cultivada a pedido. "Una maniática" dijo el encargado. "Todas las semanas le llega una abundante entrega".
Con la excusa de sociabilizar le dijo que la próxima semana él le llevaría la macetita y de paso le evitaba la molestia.
A la semana siguiente así lo hizo y Bernarda le convidó café y le presentó a su blanco compañero. La jaulita estaba sobre una mesa enmantelada con un cuero artificial marrón, por alguna razón esta combinación tensaba la mandíbula de él.
Hablaron del edificio y el mantenimiento. De los caños que cambiaron y dejaron ahí tirados en el pasillo. Hablaron de la cerradura, el picaporte, la madera, el empapelado y el olor del pastito de Bernarda. Cuando se despidieron Bernarda esperó a que él levante los caños del pasillo, el muy amable iba a hablar con el encargado luego. Hablaron del café, "cuando quiera" dijo ella y fue lo último que dijo.
Él se reía como un nene, bajito, tapándose la boca y agarrado del caño con ese sabor a café y a chocolate de la abuela.
Gary Vazquez
Ante sí misma, cuando se mira al espejo, dice que fue ese recuerdo, el del abuelo loco enredando los pelos de la familia con una batidora, el que despertó su ira.
Ella ahora es una criminal con un recuerdo tortuoso y así, justificada, tal vez resulte menos macabra. Lo cierto es que el recuerdo funcionó sobre todo, como un estímulo para un deseo ya instalado, ya incorporado en las fibras primeras de esa chica. El recuerdo trajo la convincente eficacia de la batidora y los gritos.
Lo que no trajo, porque nunca existió a pesar de las insistentes teorías de la chica, fue un motivo. Como en una de esas pesadillas donde nada puede explicarse, su condición criminal no tiene causas. Simplemente es.
¿Cómo contar esa nueva vida en la que se acumulan muertes sin sentido? Basta considerar sólo la primera:
En la noche de su cumpleaños la chica, que podemos llamar Denise, salió de su cama conmovida por una música que parecía salir en estallidos del departamento vecino. Como una antorcha, la chica, Denise, fue hasta la cocina, buscó una batidora y salió a la calle. Caminó media cuadra, se cruzó con una pareja de hombres fornidos y, cuando éstos ya estaban a cierta distancia, giró sobre su eje y fue tras ellos.
Golpeó al primero con el cuerpo de la batidora (que hospedaba un motor pesado del año 50) y abatió al segundo con un latigazo efectuado con el cable (un cable filoso del año 76, porque la batidora había sufrido modificaciones para poder seguir andando).
Débiles los hombres por los golpes y el desconcierto, le resultó fácil a Denise arrastrarlos hasta el hall de una casa, ocultarlos en su oscuridad, rasparles la boca con bellona del relleno de su corpiño y, finalmente, con una parsimoniosa fuerza, golpearlos hasta que la sangre estallara a la velocidad de la música tecno.
Caro Rack