martes, 25 de enero de 2011



Con ojos vendados se experimentaron sabores, texturas, olores y sonidos. Se indujo a la imaginación de un recuerdo traumático de infancia.


Fue ayer cuando estábamos desvalijando la casa cuando el olor a naftalina de la ropa me hizo recordarlo todo, de alguna forma creo que entendí por qué nos estamos mudando.

Yo estaba sentado afuera, en nuestra casa de campo. Teníamos un gato blanco, me había olvidado de él, fue raro cuando se encrespó de repente. Mis hermanas estaban lejos pero podía verlas, quizás una desapareció, o las dos, no lo sé. Mi impulso fue correr a buscarlas y caí de cabeza al pasto. Este hombre me levantó del brazo, el que habíamos conocido el día anterior, y otra vez la sensación de seguridad e incertidumbre a la vez. Me acompañó a ese túnel donde corría el agua, en realidad me llevó él, casi colgando y su saco de lana golpeaba contra mi cara y la naftalina...

Abajo era oscuro y ellas me decían algo que no entendía, sospecho que sabían más que yo, quizás no fue este hombre quien me pasó la caja de fósforos, no sé, igual cayeron al agua.

Caminé unos pasos con las manos al frente tratando de encontrarme algo, ese día habíamos robado los chocolates a la abuela y habíamos tomado café riéndonos bajito, sentí un poco de culpa en ese momento.

Nos quedamos los tres juntos, sin querer, como protegiéndonos de algo o de alguien, tratando de adivinar qué seguía. Fue cuando entendí que debía sentir miedo.

-A la cuenta de tres- susurró mi hermana, pero yo no sabía qué. La otra murmuraba otra cosa.

-Uno, dos...

Claro, yo me había llevado sus zapatos de cuero, eran gigantes, nos reíamos como locos días después cuando me los ponía, pero no nos acordábamos por qué.

-Tres- dijo.

Tres cajas embaladas.

-Tres faltan- dijo -¿qué hacés ahí parado? ¿Me pasás esa ropa que está ahí?

Tres golpes de hierro, uno cada uno... ¿o fueron puntazos?...

No, no fueron tres, fueron muchos... y nos reíamos como cuando robábamos el café de la abuela.

Gary Vazquez



No habían tocado las campanas todavía cuando el estéreo de mi hermano estalló en sonidos tecno. Parecían haber olvidado mi cumpleaños, porque ni bien se fueron mis dos amiguitas, cada uno se fue a su cuarto y mi hermano hizo estallar el estéreo. Yo quedé en el living, masticando la torta de canela (algo gomosa en ese ocasión) y revisando los regalos.

Sabía que el abuelo andaba mal, olvidaba a veces mi nombre o se acostaba a la mañana creyendo que era de noche. Pero no imaginé que su estado podía permitirle llegar a hacer eso.

Mejor empezar por el principio:

Fernando estalló con sonidos tecno el grabador de su cuarto al punto que cada esquirla de sonido se metió en todos los rincones de la casa. Una esquirla llegó hasta mi abuelo (creo que él estaba en el patio) y, como si fuese un imán, lo fue llevando hacia el origen de la misma. Sus piernas flaquitas subieron la escalera empinada con una sorprendente agilidad. Recuerdo muy bien mi asombro y hasta puedo imaginar el gesto con el que lo miré. Desde ese momento comenzó una cadena de episodios de similares características: el abuelo pegando una patada a la puerta del cuarto de mi hermano; las esquirlas de sonido saliendo disparadas de la habitación; las manos del abuelo con movimientos karatecas, sus ojos desorbitados, los gritos de mi hermano, las corridas hasta el cuarto -todo más rápido que en un vide clip tecno-, las manos de mi abuelo, los dedos, cada nudillo accionando sus mecanismos y, de repente, como en esas horribles pesadillas donde nada puede explicarse, la batidora eléctrica prendida, con sus paletas girando alrededor, sobre y dentro del pelo de Fernando, del de mi hermana y del mío, tironeando cada capilar como si fuese único y uniéndolos en una masa filamentosa y enredada parecida a un Critter. Mis hermanos y yo éramos un Critter en esa tarde después de mi cumpleaños, unidos como nunca, de los pelos y de los gritos (todavía podemos ver cómo los gritos formaron otra masa, una masa picuda y verde flúo) a los gritos y a los pelos, componiendo una postal colorida, casi pop, que hasta hoy preferimos olvidar.

Caro Rack



CONSIGNA: El personaje desarrollado es ahora adulto y asumido el recuerdo traumático comete su primer crimen. Tercera persona.


Recién llegaba a la ciudad y por alguna razón las inseguridades de vivir en ese pequeño departamento y el volver a estar solo eran en realidad un estímulo, una necesidad de reencuentro consigo mismo.

Le intrigaba el edificio en sí mismo. Sentía esa sed de conocimiento o encuentro, como quien busca un compañero de viaje o un amor o simplemente un sandwitch de milanesa en el brake de las dos de la tarde.

Las primeras semanas sintió mucha ansiedad, instinto de hermana le hizo una llamada rápida un mediodía para saber cómo estaba.

-Bien- dijo él- mejor que nunca.

-Fijate si no te quedó mi saquito blanco de invierno en una de tus cajas- advirtió ella, y él recordó la naftalina con una sonrisa.

Bajó a comprar chocolates y el fluorescente del ascensor se apagó entre el piso tres y dos. Saludó al encargado y quedaron en que más tarde revisaría el tema de los caños sueltos en el pasillo, por alguna razón se golpeaban de noche.

Cuando volvió masticando esa alegría dulce notó que el encargado entraba al ascensor y corrió para alcanzarlo. Tenía una macetita con pasto sembrado, lo cual llamó profundamente su atención. Casualmente su vecina tenía un conejo que era alimentado a base de gramilla cultivada a pedido. "Una maniática" dijo el encargado. "Todas las semanas le llega una abundante entrega".

Con la excusa de sociabilizar le dijo que la próxima semana él le llevaría la macetita y de paso le evitaba la molestia.

A la semana siguiente así lo hizo y Bernarda le convidó café y le presentó a su blanco compañero. La jaulita estaba sobre una mesa enmantelada con un cuero artificial marrón, por alguna razón esta combinación tensaba la mandíbula de él.

Hablaron del edificio y el mantenimiento. De los caños que cambiaron y dejaron ahí tirados en el pasillo. Hablaron de la cerradura, el picaporte, la madera, el empapelado y el olor del pastito de Bernarda. Cuando se despidieron Bernarda esperó a que él levante los caños del pasillo, el muy amable iba a hablar con el encargado luego. Hablaron del café, "cuando quiera" dijo ella y fue lo último que dijo.

Él se reía como un nene, bajito, tapándose la boca y agarrado del caño con ese sabor a café y a chocolate de la abuela.

Gary Vazquez



Ante sí misma, cuando se mira al espejo, dice que fue ese recuerdo, el del abuelo loco enredando los pelos de la familia con una batidora, el que despertó su ira.

Ella ahora es una criminal con un recuerdo tortuoso y así, justificada, tal vez resulte menos macabra. Lo cierto es que el recuerdo funcionó sobre todo, como un estímulo para un deseo ya instalado, ya incorporado en las fibras primeras de esa chica. El recuerdo trajo la convincente eficacia de la batidora y los gritos.

Lo que no trajo, porque nunca existió a pesar de las insistentes teorías de la chica, fue un motivo. Como en una de esas pesadillas donde nada puede explicarse, su condición criminal no tiene causas. Simplemente es.

¿Cómo contar esa nueva vida en la que se acumulan muertes sin sentido? Basta considerar sólo la primera:

En la noche de su cumpleaños la chica, que podemos llamar Denise, salió de su cama conmovida por una música que parecía salir en estallidos del departamento vecino. Como una antorcha, la chica, Denise, fue hasta la cocina, buscó una batidora y salió a la calle. Caminó media cuadra, se cruzó con una pareja de hombres fornidos y, cuando éstos ya estaban a cierta distancia, giró sobre su eje y fue tras ellos.

Golpeó al primero con el cuerpo de la batidora (que hospedaba un motor pesado del año 50) y abatió al segundo con un latigazo efectuado con el cable (un cable filoso del año 76, porque la batidora había sufrido modificaciones para poder seguir andando).

Débiles los hombres por los golpes y el desconcierto, le resultó fácil a Denise arrastrarlos hasta el hall de una casa, ocultarlos en su oscuridad, rasparles la boca con bellona del relleno de su corpiño y, finalmente, con una parsimoniosa fuerza, golpearlos hasta que la sangre estallara a la velocidad de la música tecno.

Caro Rack


jueves, 20 de enero de 2011


Textos instructivos con humor.


Un rayo es un final drástico ante una situación que no se tolera más. Cuando un individuo desea que lo parta un rayo, está incentivando a modo de ritual milenario, un fenómeno meteorológico que involucra nubes, descargas eléctricas, tierra y algunas malas palabras. Sucede que el individuo tarde se da cuenta de ésta invocación y cuando finalmente es muerto por un rayo, sus pares tienden a preguntarse "por qué, si era tan bueno..."
Para que a usted no le suceda lo mismo y no nos deje a todos con ese sabor amargo, debe tener en cuenta los siguientes recaudos:

1. Si tiene oportunidad de observar que las hormigas coloradas corren aceleradamente por el jardín, y más aún, si son hormigas negras y luchan por hacer pasar un cascarudo por un orificio ilógico, corra usted también al interior de su casa como sea, y si está tratando de hacerlo a través de la pequeña puertita por donde entra su mascota, insista hasta la estupidez, va por buen camino.
2. Guarde todos los objetos metálicos de su casa, pero ojo, si la tormenta ya está en proceso no lo haga, un rayo puede sorprenderlo abriendo un cajón. En tal caso tírese debajo de una mesa y grite.
3. Pida perdón. Trate de recordar aquella vez que deseó que lo parta un rayo y récele a su Dios. En caso de ateísmo rompa el escepticismo con un martillo (o monaguillo, en su defecto) y repita para esa deidad que "en realidad usted siempre creyó en él" y desarrolle innumerables e imposibles promesas. Si más tarde vive para contarlo encontrará importantes justificaciones para no llevarlas a cabo.
4. Construya un pararrayos usted mismo. Es rápido y fácil, lo vi en Utilísima.

Gary Vazquez


Instrucciones para no morir en una tormenta

Si durante una caminata por la playa lo sorprende una tormenta, aquí le presentamos algunos consejos para intentar no padecerla.
Cuando note los primeros indicios de tormenta, tales como pequeñas gotas acariciando su piel (queremos suponer que esta situación ocurre durante el verano y que no estamos tratando con alguna de esas personas que asisten a la playa ridículamente vestidas con ropa cubritiva), o nubes oscuras y cargadas de refucilos, aléjese del mar como si éste fuera el mismo demonio y corra en dirección opuesta, independientemente de lo que haya en ese rumbo (incluso un campo lleno de espinas o una casa abandonada y ocupada por madres histéricas y rencorosas son lugares mucho más seguros que el aparentemente refrescante mar). Una vez lejos el mar, dese vuelta y si es posible mírelo. Las tormentas sobre el mar son las más espectaculares y usted no debería perdérselas.
Finalmente, mientras está mirando el mar es por completo importante recordarle que por ningún motivo debe regresar a su cercanía, ni siquiera -válgame el cielo- si observara niños levantando los brazos, corriendo hacia usted gritando auxilio o implorándole o prometiéndole cosas a cambio del rescate. Para ellos ya no queda nada. En cambio usted, gracias a que en algún momento leyó esta nota, está a salvo.

Caro Rack





Relación de un personaje con un objeto sin que éste cumpla su función tradicional.


Desde que tengo memoria la caja siempre estuvo en casa. Es de madera y tiene una cerradura. La llave se perdió, debe estar por ahí en algún cajón, pero ya no sirve más, la caja se abre y se cierra cuando quiero. ¿Adentro de la caja? Una multitud. Yo diría unas doscientas personas. Hombres y mujeres, niños y niñas. Algunos son obreros, amas de casa. Otros están de fiesta, usan vestidos o trajes. Los que más llaman mi atención son los artistas, porque cuando abro la caja y entran a escena la multitud se concentra en ellos y son todo uno, un público apilado en gradas imaginarias. Sin embargo así, tan felices y cotidianos como parecen, hay algo sobre lo que no se habla, como una historia implícita que todos ignoran a voluntad como si se justificara con el espectáculo. El hecho es que la caja a veces la abre mi mamá y elige uno, dos o seis de ellos, depende su humor, y nunca vuelven.
Ayer justamente encontré una niña cocida en mi camisa y prendida de un ojal.

Gary Vazquez


La solución está en casa

Después de padecer la humedad en todos sus sombreros, Antonio pensó en dos soluciones:

-no usar más sombreros.
-comprar o conseguir un sombrero impermeable.

La primera opción la descartó enseguida (Antonio sufría de una calvicie pronunciada); pasó entonces a cumplir con la otra solución. Recorrió comercios de señores durante unos 15 minutos por ese pueblo casi sin gente y con dos comercios y medio. Queda claro entonces que nada consiguió y ahí se terminaba el asunto, porque los sombreros en ese pueblo casi sin gente, ya no se usaban y ni siquiera se conservaban (no podía pedirle prestado a un amigo o a un anciano, nadie tenía y mucho menos impermeable, en ese pueblo casi sin gente en donde alguna vez se usaron sombreros todos ellos de fieltro). Queda claro entonces que Antonio no tiene un sombrero impermeable, ni dos, ni tres, no tiene ninguno.
Por eso ahora, si te lo cruzás a Antonio, lo vas a ver sonriente paseando seco y claro con una taza en la cabeza, justo donde la calvicie se hace más pronunciada y se nota poco cuando lo cruzan en ese pueblo casi sin gente con dos comercios y medio.

Caro Rack


Textos basados en palabras sueltas escritas por sus compañeros, luego de escuchar un par de piezas musicales.


Uno dos tres
Un choque de platillos chas
Uno dos tres
Dos choques de platillos chas chas
Uno dos tres
Tres choques de platillos chas chas chas
A la pista salen
el baile
empieza como un conjuro
impresión de
números impares
y justo en la vuelta final
cuando las chicas
tienen que armar un diamante
con sus piernas
cuando una chispa de búho
se refleja en las baldosas
Uno dos tres
Un choque de platillos chas
Uno dos tres
Dos choques de platillos chas chas
Uno dos tres
Tres choques de platillos chas chas chas

Caro Rack


Saltan, porrazo y muy alto siguen en sincronía trabajando en un suspenso detenido de mucha calma, baila parecen saberlo y lo mantienen hablando en otro lado. El suspenso cómplice de comicidad. Chifle gorro de colores y zapatos. El cielo ojal sigue intacto.

Lucas Beovide


Armonía

Siluetas que dibujan en el cielo con movimientos sincrónicos. Ágiles.
Al momento de la muerte, el pájaro cae, se interrumpe su vuelo.
En su caída, algunos miembros de la bandada lo acompañan a recorrer cierta distancia.
Es una señal de respeto. Un modo de rendirle homenaje.

Estulticia.





"Tempus es iocundum" es un movimiento de la obra coral " Carmina Burana" de Carl Orff. En base a la estructura musical y del texto surgieron los siguientes escritos:

Coro
Tiempo es macabro
tiempo es abundante
oh oh oh dígalo
oh oh oh dígalo

Ella
El tiempo de la televisión
tele tele visión
oh oh oh es tirano
¡Tirano eres tiempo de la
televisión!

Niños
Laaargo laaargo
la temporalidad archiabsoluta
Laaargo laaargo
permanente presencia del tiempo

Relojero
Tic-tac pum - tic-tac pum
entra en una cajita justa
tic-tac chac - tic-tac chac
sale de un tal panal

Caro Rack


Vamos vamos vamos las mujeres
todas ellas danzan
al compás de la madre natura
cuanto amor cuanto amor
si quizá sólo una me viera

Vamos vamos vamos las mujeres
todas a danzar
que ya despierta el alba
cuánto amor cuanto amor
tenemos todas tocador

Oh oh oh
ya amaneció
ya despierta el día
a correr sin pantalón

Vamos todos a avanzar
todas ellas danzan
al compás de la madre natura
cuánta niebla cuánta bruma
sólo quiero ver.

Lucas Beovide